Psiconsultar Online

El material más fuerte que existe es el alma resiliente

El material más fuerte que existe no es el grafeno ni el diamante, es el alma resiliente y ese corazón que ha sellado con hilo dorado las heridas màs afiladas de la adversidad. Este concepto no es ni mucho menos el ingrediente perfecto para la felicidad, es una actitud ante la vida, es la esperanza invitándonos a seguir adelante. Decir que vivimos en un tiempo resiliente es evidente, las circunstancias nos empujan a ello, aunque si hay algo que todos sabemos es que no siempre se logra con la misma eficacia.

No todo el mundo se sobrepone por igual a una circunstancia de estrès o de dificultad personal. Cada uno de nosotros arrastramos nuestras  anclas privadas, nuestros océanos de injusticias, nuestros mares degradantes y no siempre sabemos còmo salir de ellos.

Para que esto sea asì intervienen diferentes factores enmarcados n nuestra propia cultura. Vivimos en un sociedad acostumbrada a poner etiquetas: tù eres inteligente, tù eres torpe, tù eres un fracasado, aquel es débil y el de màs allà es fuerte.

Es obsesiòn por llevar cada rasgo a un extremo y ponerle una etiqueta permanente nos sume muchas veces en un estado de desesperanza absoluta, donde dejamos de creer en nuestro propio potencial, aislándonos en nuestros rincones privados, en nuestros sufrimientos de carne, làgrimas y abatimiento. A veces no nos basta con que nos digan aquello de que todos podemos ser resiliente, porque la resiliencia , y esto es importante, difícilmente brota en soledad.

Por què algunos somos màs resilientes que otros.
La clave que nos hace a unos màs resilientes que otros se halla en la habilidad de nuestro cerebro para soportar o resistir las situaciones de estrès. Hay por tanto un factor biológico y que la neurociencia se ha encargado de estudiar. De hecho, a través de trabajos como el publicado en la revista “Nature” comprendemos un poco màs este fascinante pero a la vez complejísimo proceso que da al cerebro resiliente.
Estos serìan los principales mecanismos que determinan nuestra mayor o menor resiliencia:

La crianza. El haber contado con una atención caracterizada en el afecto continuo y en esa crianza
basada en el apego que atiende a guía, favorece la òptima maduración del sistema nervioso central del niño. Sin ambargo, crecer en un entorno traumático o donde no hay afecto, provoca reacciones fisiológicas y bioquímicas que nos harán menos resistentes ante las situaciones de estrès.

El factor genètico también es determinante en muchos casos. El miedo o la capacidad para sobreponerse a la adversidad deja una huella emocional, una importancia en nuestros genes pudièndoe pasar a otras generaciones.

Nuestros neurotransmisores. Otro aspecto que se ha podido observar es que las personas con grandes dificultades para manejar el estrès o para afrontar un trauma, tienen una baja actividad en neurotransmisores como las endorfinas o la oxitocina. Su escasa interacción con el sistema límbico o la corteza prefrontal sumen a estas personas en un estado de indefensión continua, en el caos emocional y en una mayor tendencia a la ansiedad o la depresión.

Tal y como podemos ver estos tres factores pueden hacer que seamos màs vulnerables, que nos percibamos a nosotros mismos màs débiles y al mundo un escenario amenazante. Sin embargo, evitemos abrazar esta creencia. Nuestro potencial està ahì, como el navío que espera ser ascendido de las profundidades, como el pájaro que caminaba a dos patas porque había olvidado que tenía alas para volar.

El alma resiliente sabe que no sirve de nada pelear contra el mundo.
Muchos de nosotros nos pasamos la vida enojados con el mundo. Estamos resentidos con nuestra familia por esa infancia habitada por las ausencias y el vacío de las carencias. Detestamos a quien osò hacernos daño, a quien nos abandonò, o a quien nos dijo “ya no te quiero” o quien te dijo “te quiero” y era mentira. Odiamos esta realidad compleja, competitiva y a veces, y en los casos màs extremos, hasta detestamos la vida misma.

Enfocamos nuestra mirada y nuestra energía al exterior como quien golpea un saco de boxeo una y otra vez hasta quedar exhausto, agotado, sin fuerzas. Lo creamos o no, la resiliencia no es una armadura dorada con la cual ser màs valientes para hacer desaparecer todos esos demonios externos. Porque de nada sirve ponernos una coraza de material inexpugnable si primero no atendemos al ser herido que hay en su interior.

La armadura màs fuerte es el propio corazón, la propia mente a la que revestir de resiliencia, de autoaceptaciòn, de autoestima y esperanzas renovadas. De hecho, y aunque nos cueste admitirlo, hay batallas que es mejor dar por perdidas, porque dejar el pasado en ese cajòn donde se guardan los viejos calendarios es permitirnos vivir en el presente, es dejar que broten ilusiones en las fisuras de nuestras heridas.

Poco a poco y dìa a dìa, a esas ilusiones le crecerán nuevos proyectos, nuevas personas y nuevos vientos, de esos que arrancan sonrisas, de esos que quitan malas hierbas del pasado. Finalmente, llegarà el momento en que pondremos la mirada en el pasado sin sentir el miedo y la rabia de antaño. La calma llegarà porque nos hemos permitido por fin aquello que tanto merecemos: ser felices.

Por: Valeria Sabater