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Siembra odio y violencia

El principal fruto del odio es la violencia, porque sola èsta le da continuidad. El odio es como un apetito incontrolable, que parece no saciarse jamàs. Està hecho de ira, de rencor y siempre encuentra una razón para encenderse de nuevo. Sin duda, se trata de una de las pasiones màsesclavizantes para el ser humano.

Se dice popularmente que: “el que siembra, recoge”. Generalmente se le otorga un sentido positivo a esa máxima. Pero en realidad, este postulado aplica tanto para bien como para mal. Es decir, si siembras amor, quizás puedas recoger amor; pero si siembras odio, muy seguramente recogeràs odio o violencia, que es peor.

El odio se multiplica rápidamente
Cuando alguien agrede a otra persona, sea por la razón que fuere, genera en esa persona un componente de ira y aflicción: una herida difícil de sanar, según haya sido la magnitud de la ofensa y según sea el historial de agresiones albergadas en el corazón.

Por supuesto, entre màs historial negativo exista, màs grandes y profundas son las heridas que vamos a encontrar. Porque algunas personas tendemos a recordar màs los malos momentos que los buenos y a resaltar màs el error que el acierto.

De la agresión al odio hay un solo paso. Una cadena de agresiones va generando las condiciones para que llegue el odio y se instale en el corazón. El vìnculo nacido de este inquietante sentimiento puede ser màs fuerte que el que se origina en el amor. Lo que sigue es un crecimiento exponencial con las agresiones, porque siempre habrá “una cuenta por cobrar”.

Pràcticamente nada justifica la violencia
La violencia nunca lleva a algo bueno. Por lo general, nace de la cobardìa, de la ignorancia o de ambas carencias a la vez. Es un comportamiento que denigra y lesiona la condición humana, cuando menos en el plano ètico y social.

La violencia engendra, por lo general, màs violencia. Y sus consecuencias son casi siempre las mismas: odio, rencor y un pronunciado deseo de venganza. Si se quiere, damos paso a un cìrculo vicioso interminable y, de plano, vano y obtuso, como el mito de Sìsifo.

No obstante y aunque hay contadas ocasiones en que las que la violencia se puede entender y quizás admitir como defensa propia, aùnasìcontinùa dejando serias dudas sobre su validez y aprobación. Siempre debería ser un recurso de última instancia, es decir, literalmente, porque las circunstancias ya no dejan otra salida. La última opción a tener en cuenta. Solamente vàlida cuando hay otro valor de jerarquía superior en riesgo.

Del odio a la violencia
Violencia no es solamente una agresión física o verbal. Hay gestos profundamente violentos, que no necesitan siquiera de una palabra. Como cuando se denigra a otro con solo una mirada o se es cómplice de una injusticia, por pura comodidad, porque denunciar puede traernos problemas.

Sin embargo, por mucho que se oculte o se disfrace ese tipo de violencia, siempre se hacen palpables los efectos que conlleva. Lo que sigue es una cadena de resentimientos sordos y ecos en la herida que palpita. Asì se conforma un cìrculo dramático en el que dos personas quedan estrechamente ligadas por un sentimiento enfermizo.

Casi todas las personas que hacen uso de la violencia alegan tener derecho a ella. Si se examinan esos odios que duran años, esas violencias que duran siglos, siempre se encontrarà que cada uno de los involucrados piensa que sus agresiones no son màs que un acto de defensa plenamente justificado.

Quieren evitar que les hagan daño y por eso hacen daño primero. Quieren que los respeten y entonces hacen todo por atemorizar al otro, con la ilusión de lograrlo. Quieren que haya paz y tratan de lograrla silenciando a quienes piensan distinto o cantan en la noche. Luego, si reciben a cambio una agresión, ratifican la validez de las suyas propias.

¿Por què cuando decimos una mentira, por ejemplo, planificamos todo tan bien y logramos casi siempre nuestro objetivo? y ¿por què cuando decimos la verdad encontramos tantos obstáculos, rechazos y pero en su consecución?

Romper el cìrculo del odio y la violencia
El perdón libera. La paz es la condición sine que non de la felicidad. Pero ni perdonar, ni alcanzar la paz son actos automáticos. Demandan un proceso profundo que debe comenzar con el reconocimiento de los propios errores y desaciertos.

El mundo necesita de seres fuertes y valientes, que no teman dar un paso atrás para evitar un conflicto. Que sean capaces de guardar silencio y esperar hasta que el otro se calme, para iniciar un diálogo productivo. Que busquen entender al otro, antes que juzgarlo, condenarlo, e incluso, castigarlo.

Tal vez lo que necesitamos son personas atrevidas, arriesgadas y decididas a segar las “malas costumbres”. Actos encaminados a sembrar los jardines ocultos o refundidos de crecimiento personal: una interesante forma de oponer resistencia al exagerado grado de violencia, tensión y agresividad en que vivimos….Y què nos impide quitarnos la venda de los ojos.

Por: Edith Sánchez