El acontecimiento más vital y difícil de asumir en la vida de las personas, sin duda alguna es la muerte. Superar una oleada de sentimientos y pensamientos dolorosos que nos conmocionan, requiere de adaptación y de un tiempo para ser asumidos.
El duelo, es una reacción de adaptación que ocupa un lugar esperable y necesario ante un fallecimiento. Durante el mismo, se producen habitualmente distintas etapas: una primera donde la conmoción y el aturdimiento emocional nos hace enfrentarnos a la nueva situación, bien violentamente, o con una calma excesiva dependiendo del caso. Esto sucede porque interiormente, una parte de nuestro ser, se niega a aceptar la realidad. Pasada esta fase, entraremos en un estado de desasosiego y ansiedad y en muchas ocasiones sentimientos de culpa relacionados con sucesos o acontecimientos que se mantuvieron en vida y que no quedaron resueltos entre ambas partes.
Pasadas cuatro o seis semanas de la pérdida, tiene su aparición en multitud de ocasiones “la depresión”. Y lentamente el dolor comenzará a atenuarse hasta que se consigue recuperar la vida habitual. Compartir el momento y aminorar las cargas, es la mejor ayuda que se puede prestar. Familiares y amigos son de crucial importancia para ocupar momentos delicados de asimilar. Recursos como pintar, escribir o fotografiar, son vías de expresión que liberarán nuestras emociones y aliviarán el peso de la tragedia. Bien a través de animales de compañía/mascotas, o bien a través de grupos de autoayuda en redes sociales/ Internet, conseguiremos vivir momentos donde nuestros sentimientos y pensamientos se sientan menos dolorosos y más fáciles de explicar y compartir.
La ayuda profesional /Psicológica, es otra alternativa para alcanzar de una manera plena el equilibrio emocional que en estos momentos fluctúa. El duelo y su proceso, puede variar aproximadamente entre seis meses a dos años, dependiendo de casa persona. De una manera u otra todos nos enfrentaremos inevitablemente con la muerte. Un acontecimiento devastador que puede ayudarnos a pensar que cada día de nuestra vida es una oportunidad para sentir y vivir con plenitud, mientras no llegue nuestro final.