Entrelazar los hilos de nuestras emociones tras una pèrdida es indispensable para elaborar el duelo. Sin embargo, esto no siempre es permitido socialmente y las consecuencias de ello son nefastas para el doliente.
Existen duelos prohibidos. Hay pèrdidas que no està bien visto llorar y que socialmente no se comprenden. Son los llamados duelos desautorizados y suponen una fuente de malestar tan intensa como dìfìcil de identificar.
¿Por què? Porque la sociedad, además de no facilitarnos la expresión de sufrimiento, la puede llegar a castigar y, por ende, a forzarnos a reprimir la manifestación de nuestro sentir, nuestro pesar y nuestra necesidad de recogimiento emocional. Esta realidad es muy desconocida, lo que conlleva que a veces ni siquiera sepamos verbalizar què es lo que nos pasa y nos metamos en una espiral de malestar, irascibilidad, enfado con el mundo o tristeza profunda.
¿Què situaciones pueden conducirnos a un duelo desautorizado?
Como siempre indicamos, hay muchos tipos de pèrdidas y toda pèrdida nos introduce en un proceso de duelo. Una persona doliente puede convertirse en tal por la pèrdida de un ser querido, una ruptura sentimental, la pèrdida de un animal, la pèrdida de un trabajo, la pèrdida de un hijo no nacido, etc.
Hay situaciones que nos conducen al camino de las làgrimas, pero también hay multitud de condicionantes que pueden hacer que no las dejemos brotar. En un duelo desautorizado es evidente el rechazo del entorno hacia el dolor que la persona experimenta. En el caso del duelo por un fallecimiento, hay duelos que no se permiten porque no se considera que la persona tenga un vìnculo de unión tan fuerte con la persona que se ha marchado.
Otras veces, esa unión puede no considerarse legìtima, eliminando desde el comienzo el derecho de la persona de expresar su malestar. Esto puede darse, por ejemplo, en aquellos casos en los que exista una relación extramatrimonial y el amante sea el doliente.
Otra situación común de duelo desautorizado es aquella en la que se cuestiona o se califica el dolor de una persona por la muerte de su mascota. Hay muchas personas, habitualmente aquellas que son desconocedoras del vìnculo que se establece con un animal, que ridiculizan y banalizan este sufrimiento.
Puntualicemos además, que puede haber dolientes olvidados también por gènero. Como sabemos, tradicionalmente al hobre se le niega la posibilidad de expresión emocional.
Las situaciones o temas tabù también nos conducen a introducirnos en el mundo del duelo desautorizado. No se habla de un aborto, sea espontàneo, sea elegido o sea provocado. No se habla de la pèrdida de una capacidad, no se habla del divorcio o tampoco de la pèrdida del proyecto de vida. Y como no se habla duele y porque da miedo, no se genera un contexto de validación emocional.
Ejercemos como autoridad, aunque no lo seamos
Como vemos, numerosas son las situaciones que nos pueden conducir a reprimir nuestros sentimientos de cara a nuestro entorno social y a su vez, a sentir una tremenda tormenta interna. A veces somos nosotros quienes no nos lo permitimos y deslegitimamos el dolor sin esperar la contribución ajena, mientras que el entorno ni siquiera se percata de ello.
No obstante, este sufrimiento, este duelo, puede llegar a complicarse por la invalidaciòn externa y eso tiene consecuencias devastadoras en la salud mental. Muchas veces el juicio ajeno es el que pretende determinar la ausencia o presencia del dolor emocional y, además, què grado de pesar se puede tener. Pero, ¿còmo es posible que las personas lleguemos a considerarnos la autoridad emocional de la vida de alguien?
Si lo pensamos, es tremendamente devastador. Una persona puede generar un proceso de duelo desautorizado con una palabra, un gesto o una ausencia de acción. No obstante, esta dinámica es la tònica general.
La sociedad nos va dictando en función de los valores imperantes en ella, lo que podemos o no podemos hacer. En Occidente, la norma nos conduce al control emocional y la casi total represión de las emociones y sentimientos negativos.
La situación de pèrdida nomativa es de las pocas en las que se permite manifestar el sufrimiento. Pero esta “excepción” no deja de tener el corsè y se nos indica veladamente còmo y durante cuànto tiempo podemos llorar y manifestarnos dolientes.
El dolor emocional y las consecuencias de no dejarlo brotar
Los psicólogos vemos en consulta multitud de procesos que están vinculados a un duelo no elaborado por ser un duelo desautorizado. Esto ocurre porque el ser humano necesita dejar brotar el sufrimiento, hacerlo manifiesto y recogerse en esa experiencia emocional a la que nos conduce la pèrdida. Cuando no se identifica o se reprime, la consecuencia es que ese dolor permanece escondido debajo de nuestra alfombra mental meses o años, haciéndonos daño dìa tras dìa y generando problemas diversos que escapan a nuestro entendimiento.
En general, la investigación nos muestra còmo las palabras de aliento, los mensajes confortantes, las orientaciones y el apoyo emocional que se recibe de nuestro entorno social màs próximo desempeña un papel fundamental en el mantenimiento y promoción de la salud y en la elaboración de situaciones dolorosas (Neimeyer, 2002; Cabodevilla, 2007; Costa y Cabanillas, 2013).
De hecho y tal como muestra la investigación realizada por Villacieros et al (2014), aquellas personas en contextos de duelo en los que no se favorece la ventilación emocional acaban situándose en una posición de mayor vulnerabilidad y requiriendo de atención psicológica especìfica.
Cuando las personas estamos tristes o desasosegadas, necesitamos consuelo, apoyo emocional y un contexto de validación. Cuando no lo tenemos, la tendencia será a negarlo, a reprimirlo o a esconderlo.
En el caso de los fallecimientos, participar en los ritos de despedida convenidos o generar ritos propios nos ayuda a transitar por el dolor del shock inicial para hacernos a la idea de que la relación con esa persona a partir de ese momento trascenderà a lo material y se convertirá en espiritual. En este y otros casos, necesitaremos hablar sobre lo que sentimos, sobre lo que hemos perdido y sobre còmo vamos a funcionar a partir de ese momento.
Evidentemente, la particularidad de cada pèrdida nos conducirà a crear diferentes estrategias de afrontamiento de la situación. En función de la naturaleza del quebranto, será màs adecuado caminar hacia un afrontamiento centrado en la resolución del problema o hacia un afrontamiento centrado en la emoción.
Sea como sea, lo que rodea a un duelo tabù es un entramado complejo cuya maraña de color se mantiene en diferido en nuestra vida hasta que nos permitimos rescatar el dlor, observarlo, examinarlo y atenderlo. A veces, para poder lograrlo necesitamos ayuda profesional y ese, sin duda, es un primer gran paso hacia la sanación.
Por. Psicóloga Raquel Aldana