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Bullying, cuando el código en las aulas es la violencia

Los apodos, las bromas, la exclusión, los insultos e incluso los golpes son algunos de los tormentos que deben padecer los chicos que son víctimas del acoso escolar. La vestimenta, la personalidad, el físico y la religión son algunas de las excusas que estos maltratadores encuentran para hostigar a sus compañeros de clase.
El acoso escolar o “bullying” se manifiesta la mayoría de las veces en el inicio de la adolescencia, en niños de entre 12 y 14 años. Los acosadores se aprovechan de chicos con personalidad “débil”, porque su sumisión y vergüenza los vuelve poco reactivos, y así pueden seguir vapuleándolos sin temor a ser delatados. “El abuso escolar tiene que ver con una forma de maltrato psicológico y muchas veces físico, que se desarrolla entre pares, donde la violencia domina lo emocional”, explica Mónica Schwartz, psicóloga infantil, y añade que la constante persecución y humillación puede generar en los niños daños irreversibles; casos extremos de abuso han terminado en suicidios y/u homicidios por parte de los acosados. Schwartz señala que ser hostigador es también ser víctima de algún tipo de mortificación en el hogar:

“Por lo general, los chicos adoptan acciones activas, frente a las acciones pasivas que ocurren en el hogar; es decir, si un niño ve que su padre golpea o arremete verbalmente a su madre, probablemente traslade esta relación a sus compañeros, agrediéndolos”, expresa, completa que tanto la televisión como los videojuegos son fuertes influenciadores de violencia social.
¿Qué podemos hacer? En 1993, Dan Olweus, psicólogo noruego, publicó en el libro Bullying At School, en el cual presentó una lista de señales o situaciones para identificar posibles agresores y víctimas. Esta obra originó una campaña nacional en su país que redujo un 50% los casos de “bulliyng” en los establecimientos educativos, lo que generó una repercusión positiva en el resto de Europa.

Así, el modelo Olweus convirtió a su creador en un pionero del estudio de la intimidación y su resolución. Las etapas que lo componen incluyen diferentes ámbitos y actores sociales que deben interrelacionarse; los más importantes son:
-Adultos cálidos: para construir un ambiente si agresiones es necesario que los padres se involucren con los niños, preocupándose por sus intereses. Cuando un niño se siente valorado, se refuerza su autoestima y es menos probable que surja un perfil de niño retraído, víctima fácil de potenciales burlas.
-Límites: debe haber un trabajo conjunto entre docentes y alumnos, donde se definan las conductas aceptables y aquellas que serán rechazadas por la comunidad escolar. La participación de los estudiantes es clave, ya que se sentirán más comprometidos con su colegio, y así harán respetar las normas que ellos mismos ayudaron a crear.
-Sanciones inmediatas: las reprimendas antes conductas agresivas deben ser estrictas y rápidas, es decir, imponerse en cuanto ocurra un episodio violento. Pero esto no implica que deben ser castigos físicos, ni restrictivos; por ejemplo, los alumnos pueden comprometerse a no decirse apodos ofensivos y generar un tarea extra escolar para aquel que rompa la norma.
-Roles positivos: se debe definir en el colegio quiénes serán las autoridades que, en forma permanente, se vinculen con los estudiantes, actuando como árbitros y modelos. En el estudio de Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas se destaca el impacto positivo que tiene la mediación de los docentes en la regulación de los vínculos entre los alumnos, dado que disminuyen sensiblemente los conflictos.
Asimismo, Schwartz pone un foco especial e ineludible en el mensaje de la casa, que debe ser positivo, para mejorar la autoestima de los chicos y la tolerancia a la frustración.