Según los expertos, es una práctica donde la atención se concentra en un objeto o pensamiento determinado, aunque en algunos casos, también puede colocarse el foco en la consciencia o como se suele decir “dejar la mente en blanco”.
Es un sendero que una persona abre para ella misma, mientras tanto intenta llegar más allá de las limitaciones que tiene el cerebro. Hay muchos libros y publicaciones que hablan sobre la meditación, y es algo que “se ha puesto de moda”. Sin embargo, hay que ser respetuosos en el tema y no tomarlo “a la ligera”.
Por ejemplo, es bueno saber sobre el origen del nombre. La meditación deriva del latín “mediatio” que quiere decir “ejercicio intelectual”. Si lo ponemos desde el punto de vista religioso, diremos que es un estado de “contemplación”. En este caso, nos referimos a la cultura oriental, donde la meditación se practica por la mayoría de las personas e incluso miles se dedican enteramente a ello todos los días (los monjes). Con la llegada del término a Occidente, se “desvirtualizó” un poco, porque se suele confundir con otras prácticas.
La meditación, con todas las letras, tiene alguna de las siguientes características:
1 – Un estado de concentración sobre la realidad del presente
2 – Un estado de experimentación cuando la mente “se disuelve” y se libera de sus pensamientos
3 – Una concentración donde la atención es liberada y se focaliza en Dios
4 – Una focalización en un único objeto, pensamiento o percepción (como ser una playa, un río, una cascada)
Está diseñada no sólo para fines religiosos, sino también para mantener la salud mental y por consecuencia, la física. Existe una total relación entre la mente y el cuerpo y eso está comprobado. Se aconseja hacer meditación en momentos de mucho estrés, cuando tenemos un grave problema familiar, cuando buscamos una respuesta que no encontramos por otros medios, cuando nos queremos curar de alguna enfermedad o dolencia o para “subir” un escalón en el camino hacia la espiritualidad.
La postura al meditar
La postura correcta para el momento de la meditación es: sentado en el suelo o en cualquier otra superficie (alfombra, almohada, colchoneta), con las piernas cruzadas, la espalda recta y los brazos cayendo suavemente sobre las rodillas o bien con los dedos unidos. La cabeza debe estar alineada con el tronco y los ojos, bien cerrados.
El siguiente paso es respirar de manera consciente, no como lo hacemos todos los días. Prestar mucha atención al momento en que ingresa el aire, cuando permanece en el organismo, va llenando los pulmones y luego al exhalar, suavemente. Un ejercicio interesante en este momento es pensar que el aire que inhalamos son las soluciones y el que exhalamos, los problemas o dolencias. Así, cada vez que sale del cuerpo, nos sentimos un poco mejor.
El ritmo de la respiración debe ser lenta y pausada, pero no antinatural. Al principio puede ser que no puedas dominar la velocidad, pero ten en cuenta que a medida que vas “bajando decibeles” tu cuerpo se va tranquilizando y calmando, sin llegar a dormirse. Con los ojos cerrados la percepción del aire y de nuestros miembros apoyados en el piso son diferentes.
Puedes imaginar un escenario bonito o que te ayude a calmarte, como ser el mar, una cascada, un bosque, etc. Algunos maestros recomiendan dejar la mente en blanco, algo que no se consigue de la noche a la mañana. Para ayudarse en ello, una buena idea es pensar en una tela blanca colgada en una pared o un proyector, cuando está apagado.
No hay que buscar nada, se trata de estar presente, de no confundir más a la mente. Cuando un pensamiento llega, debe irse sin presionar, sólo “dejándolo”, como si fueran nubes que van atravesando el cielo en un día donde no hay demasiado viento. No pierdas nunca la consciencia y quédate despierto en todo momento.
La meditación no es sinónimo de silencio en todos los casos. Existen músicas específicas (conocidas como mantras) que se escuchan de fondo. Sus sonidos son muy tranquilos y casi siempre se repite una misma frase o varias durante la canción, que dura no menos de diez minutos. Para que el ambiente sea todavía más propicio, las velas y los sahumerios o inciensos son vitales.
Cuando la práctica es constante y se realiza todas las semanas (al menos una vez), se van notando las diferencias. Los pensamientos ya no llegan tanto como antes y cuando lo hacen, desaparecen más rápidamente. Cuesta menos encontrar esa pared blanca y no nos dejamos llevar por un sonido exterior.
La mente querrá “demostrar” en todo momento que está presente, y se manifestará de diferentes maneras para que le prestes atención. Por ejemplo un cosquilleo en la pierna, un picor en el hombro, un pie dormido, picazón en el cuero cabelludo, calor, etc. No le restes importancia a estos signos, pero tampoco dejes que modifiquen tu práctica.
Si sientes que la posición de las piernas (que no es para nada frecuente) es incómoda, puedes desarmarla. Estirar una pierna, luego la otra, hacer leves movimientos de tobillos o muñecas, mover la cabeza o cuello, etc. Lo importante es sentirse a gusto durante toda la práctica, que suele ser de al menos 20 minutos.
Por: Yamila Papa