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Cuando los hijos no se van de casa

Mucho se ha hablado de la importancia y de la necesidad sana del ser humano de relacionarnos entre nosotros y tener una pareja. Construir una relación auténtica en la que vivimos y sentimos con libertad es uno de los placeres que todos deberíamos experimentar al menos una vez. No existen palabras para definir el grado de ilusión, seguridad y apoyo que puede aportarte una relación de pareja sana y placentera.

Cuando encontramos a la persona con la que gozamos de verdadero y sincero amor, podemos compartir nuestros sueños, deseos y alegrías disfrutando ambos de momentos preciosos, amando sin barreras y miedos.

Todo puede ser increíble dentro de una pareja pero es cierto que en ocasiones estas pueden volverse raras, diferentes y destructivas para los que la componen. Si esta situación tiene lugar es muy importante poner solución, actuar y no permitirlo.

Si tu pareja te hace sentir muy mal o te demanda excesiva atención con conductas poco usuales, necesitas poner remedio.

Es cierto que la realidad no acompaña a las generaciones jóvenes. La alta rotación de empleo, changas, trabajo en negro y sueldos bajos por muchas horas de trabajo son las perspectivas del mercado laboral actual. Los expertos apuntan que ya no existe la “decisión vocacional”, sino que manda el bolsillo. ¿El ahorro? Una costumbre en desuso: el (poco) dinero ganado se destina a ropa, música y entretenimiento. Con este panorama, el desafío para los padres es doble.

Infancia o la punta del ovillo

“Una pareja debe preparar al hijo para ser autónomo en la vida. Esto es de gran importancia: para el hijo, para los padres y para la sociedad. Y esas funciones se cumplen mediante roles (alimentación, cuidados, educación, etc.) que deben ser complementarios con los lazos filiales. Es decir, los padres deben saber identificar y respetar las necesidades de cada etapa psicoevolutiva, ayudar a satisfacerlas y motivar a que los hijos la cubran por sí mismos. Esto implica un doble crecimiento, el del hijo y el de los padres”, comienza diciendo el licenciado Enrique Novelli, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina y coautor de los libros “Máscaras del superyó” y “Enigmas de la sexualida”.

Es decir que desde muy pequeños, a los hijos hay que “ir soltándoles la mano” para que puedan elegir sus propios caminos. Entre ellos el más importante: el de la exogamia, es decir generar su propia familia.
“Cuando los psicoanalistas tratamos pacientes de 30 años o más que no pueden independizarse de su familia, regularmente encontramos un factor común que se reconoce como dependencia. De ésta los pacientes quieren salir, se sienten molestos, irritables con los padres, pero no pueden dejarlos. Quieren pero no pueden” refiere Novelli.

El fantasma de la culpa. La realidad de la sobreprotección

La casa es lo suficientemente grande. El problema tampoco es que el dinero no alcance. Ahora la cuestión es la culpa. Preguntarse por qué la familia llegó a esta situación. Y es el momento en el que hay que protegerse de los dardos. “Los padres solemos considerarnos los únicos responsables de esta situación, cuando en realidad, hay que tener presente que las responsabilidades son compartidas entre padres e hijos. Es muy importante repartir estas responsabilidades, ya que los hijos con estas características culpan y responsabilizan a los otros de todo lo que les sucede” explica Rosina Duarte, coordinadora del Primer Programa Argentino de Formación en Primera Infancia y Crianza y coordinadora de CLINICAR.

Pero de algo hay que hacerse cargo. Y ese algo se refiere a los padres. Se llama sobreprotección: no permitir que los hijos enfrenten la realidad por sí mismos y asuman por sí solos las consecuencias de los adultos. Un claro y banal ejemplo de esto se da cuando las madres despiertan a sus hijos para que no lleguen tarde a la escuela (durante la infancia y adolescencia), y extienden esta actitud luego, cuando deben ir al trabajo, evitándoles así que ellos mismo se hagan cargo de la responsabilidad mínima de despertare a tiempo”, ilustra Duarte.
Esa sobreprotección forma hijos incapaces de desarrollar lo suficiente sus propias capacidades para relacionarse y actuar en el mundo. El intento de satisfacer todas las necesidades o solucionar los problemas de los hijos, lleva a incapacitarlo para que pueda buscar lo que necesite por sí mismo.