Psiconsultar Online

Darnos caprichos: ¿necesario o perjudicial para nuestra salud mental?

Darnos un capricho puede ser un saludable acto de autocuidado o un grave error. ¿De qué depende? A continuación te lo contamos.

Hay quienes piensan que darnos caprichos implica ser consumistas, materialistas, vanidosos o indisciplinados. Otros creen que se trata de algo absolutamente necesario, un acto de autocuidado y flexibilidad mental. Las dos posiciones aportan argumentos de peso, mientras que los estudios conceden una parte de razón a una posición y otra a la otra posición.

Darnos caprichos no es en sí mismo malo o bueno, positivo o perjudicial. La clave radica en la intención con la que lo hacemos, los momentos que escogemos y los motivos que nos llevan a premiarnos o no con estos pequeños autorregalos. Para comprenderlo mejor, hablemos más en profundidad al respecto.

Darnos caprichos es necesario
El célebre psicólogo Walter Riso en su magnífico libro Enamórate de ti ilustra con claridad cómo los pequeños caprichos son imprescindibles para forjar nuestra autoestima. Indudablemente somos seres físicos habitando espacios físicos, por lo que el amor propio ha de manifestarse también en estos espacios de realidad. No es suficiente con amarnos teóricamente, hemos de demostrárnoslo.

Cuando unos padres esperan la llegada de un hijo preparan todo lo necesario para que su estancia en el mundo sea agradable y confortable. Así escogen con amor y mimo su ropa o la distribución y decoración de la habitación. Le procuran un entorno bonito.

Del mismo modo, cuando alguien viene de visita a nuestro domicilio no escatimamos en detalles para nuestro huésped. Ponemos sábanas y toallas limpias, las más bonitas y nuevas. Nos preocupamos de comprar y preparar la comida preferida de nuestro invitado y hacemos lo posible porque se sienta apreciado y acogido.

Sin embargo, cuando se trata de agasajarnos a nosotros mismos, no siempre somos tan prolijos. Sentimos que nosotros siempre podemos esperar, que nuestra toalla aún no está tan vieja, que es un gasto innecesario pedir comida en un restaurante solo para nosotros o que hacernos la manicura es un capricho vanidoso.

No obstante, a través de todos estos pequeños gestos también nos demostramos amor, cuidamos de nosotros. Por no darnos caprichos, por sentir que no los merecemos, terminamos descuidándonos y minando nuestra autoestima.

Embellecer nuestro hogar o nuestro cuerpo no siempre es vanidad, comprarnos ese pantalón que tanto nos gusta no siempre es consumismo, es autocuidado.

Los caprichos tapan tu infelicidad
Por otro lado, hemos de tener cuidado con el motivo que nos impulsa a darnos estos caprichos. La intención, la motivación y el trasfondo son realmente claves. Hay muchas personas que utilizan lo externo para tapar, obviar e ignorar lo interno.

Seguramente conoces a alguien que tapa sus emociones con comida, que intenta paliar su sensación de falta de control comprando de manera compulsiva. O que se obsesiona con su aspecto físico para no enfrentarse a la carencia de autoestima que presenta.

Darnos caprichos, como hábito, no es una buena manera de gestionar nuestros vacíos o nuestras emociones incómodas. Es lícito y saludable tomar tu comida favorita de vez en cuando como un pequeña satisfacción que te regalas a ti mismo. Sin embargo, tomarla de forma automática cuando te sientes ansioso, triste o irritable es, en general, una estrategia de autorregulación poco adecuada.

Es un acto de autoestima comprarte esa prenda de ropa que te gusta sin sentir remordimientos por el precio o sin cuestionarte mil y una veces si realmente la necesitas. No obstante, comprar de forma descontrolada y con el fin de mitigar una sensación interior incómoda solo traerá consecuencias negativas.

Cuando actuamos sin conciencia, por impulso y sin tener en cuenta el largo plazo terminamos haciéndonos más daño. La satisfacción inmediata que sientes al darte caprichos de esta forma pronto se convertirá en culpa que acompañará al vacío que ya sentías.

Pregúntate: ¿qué te mueve?
En suma, la clave se encuentra en hallar un equilibrio. En no ser excesivamente rígidos, exigentes e inflexibles con nosotros mismos, mientras al mismo tiempo sorteamos el caos, el descontrol y la impulsividad. Cuando tengas un capricho, pregúntate qué lo motiva.

Así, ¿te niegas a darte este capricho porque no te sientes merecedor de él? ¿Sientes la necesidad de comprar, comer o embellecerte para silenciar tus emociones incómodas? Date caprichos, por supuesto, pero hazlo de forma consciente, movido por el amor propio, por las ganas de disfrutar y no de cubrir carencias.

Por: Psicóloga Elena Sanz