Siempre habrá conductores imprudentes, compañeros de trabajo irritantes, gente que intente colarse en la fila o alguien que nos niegue el saludo. En estos casos, cuando nos sentimos agredidos verbal o físicamente, experimentamos una reacción automática de defensa y replicamos de la misma manera o, peor aún, con mayor intensidad. Es casi una necesidad humana básica el poder descargar las emociones que se nos generaron dentro, pero el problema de esa descarga abrupta es el efecto que provoca en el destinatario, en nuestro entorno y, en definitiva, en nosotros mismos.
¿Cuántas veces habremos enviado un mensaje de texto de lo más hiriente, utilizando palabras que jamás hubiéramos usado en persona? En tiempos como los de ahora, donde vivimos hiperconectados y, además de atender cuestiones personalmente, lo hacemos vía mail, mensajes de texto y tantos otros medios, es más frecuente que no nos detengamos a procesar nuestras respuestas y nos movamos detrás de la inmediatez y vertiginosidad que muchas veces van en contra de un dialogo maduro y a conciencia.
Responder a un reclamo con un grito es más común de lo que debería ser. Incluso dominar nuestro rostro a veces es un desafío, cuando la ira y la bronca se apoderan de él. En estos casos es evidente que estamos teniendo un llamado de alerta: ¡Necesitamos bajar la frecuencia! Para poder analizar la situación, pensar con frialdad, no decir cosas de las cuales nos arrepentiremos, debemos” no entrar en el juego”, “respirar y hacer una pausa”, “recuperar la serenidad perdida”. Esto te permitirá “desahogar” tu bronca sin generar un efecto boomerang.