Educar con juegos es una tarea que se proponen muchos padres. Intentan aprovechar la curiosidad natural de los niños, con más o menos fortuna, para hacer que aprendan mejor y más rápido. La idea suena bien, ¿verdad? Ahora, ¿cómo lograrlo?
Los niños disfrutan jugando. Pueden comerse las horas a bocados construyendo y cambiando historias. Un ingrediente básico en su día a día es la diversión. Muchos padres, tutores o especialistas utilizan esta inclinación natural para incluir en el juego un segundo objetivo, el de educar y formar. Así es como se plantean la idea de educar con juegos.
Entonces, aparecen las preguntas, ¿cómo hacerlo? ¿Qué tener en cuenta? ¿Cómo puedo sumar a esa experiencia ya de por sí enriquecedora? Jugando, los niños siempre aprenden. Continuamente están planteando, aceptando o descartando hipótesis. Son entornos seguros en los que ellos pueden tomar la iniciativa y experimentar. Bien, ya hemos dado algunas pistas; ahora, profundicemos.
Diversión, después lo demás
Un juego tiene que ser divertido. Sobre todo, tiene que serlo. Cuando se plantean modificaciones, puede que el juego se convierta en más enriquecedor, pero dejará de ser un juego cuando se pierda la diversión. De hecho, probablemente incluso deje de serlo antes, cuando el objetivo primario se trasforme en secundario.
En este sentido, cuidado, porque al intentar “mejorar” el juego de un niño, con toda nuestra buena intención, podemos conseguir el efecto contrario. Por eso siempre es una buena idea dejar que sea él quién introduzca cambios o que vuelva para atrás si los que ha probado no le gustan. Si prefiere que su avión de juguete vaya a París en vez de a Roma, ¿qué importa?
He visto a muchos padres que, sintiéndose ignorados, han terminado diciendo aquellos de “o juegas así o no juegas” con actividades que en sí no entrañaban ningún peligro para los pequeños. Por supuesto que en el juego los padres o tutores deben poner límites, pero antes de hacerlo deberíamos preguntarnos por la motivación real que nos lleva a imponerlos.
¿Estamos cansados? ¿Nos sentimos heridos porque no nos hace caso, prefiere jugar solo o hacerlo con otras personas? No tenemos que confesárselo a nadie. Es suficiente con identificarlo y ajustar nuestra forma de actuar. Habrá veces en las que nuestra mejor forma de educar con juegos simplemente será no intervenir.
En este sentido, un último apunte. Juguemos con ellos cuando tengamos ganas de jugar, cuando estemos en un estado propicio para que “nos vuelvan locos”. Pensemos que no trabajan con esquemas de adultos; para entrar en la habitación de los niños a jugar hay que poder ser o estar en disposición de ser también un poco niños. De otro modo, una situación divertida puede terminar siendo un foco de frustración -un estado emocional nada propicio para educar con juegos-.
Recompensas extrínsecas
Los adultos tenemos más formas de hacer que un niño deje de jugar, en contra de lo que queremos, que la de tratar de introducir cambios o ponernos al mando. Este punto lo dedicaremos a un peligro más sutil. El manejo de las recompensas.
Imaginemos que a Luis le encantan los rompecabezas, los juegos con números, dibujar (puedes poner aquí el juego que tú quieras). Manolo, su padre, y Juana, su madre, están encantados con la pasión del chiquillo. ¡Qué bien lo hace nuestro Luis!
Manolo y Juana, con toda la buena intención del mundo, le dicen a su pequeño que van a aumentarle un poco la paga por cada puzle que complete. Ven que la estrategia funciona, y siguen con su apuesta.
Así, llega el verano, y Luis se va a casa de sus abuelos y se dan cuenta de que al hacer la maleta no mete ningún puzle, cuando el año pasado la habría llenado. Manolo y Juana le preguntan, extrañados. Luis les responde que para qué va a hacer puzles si esa semana no va a tener paga.
Manolo y Juana, cuando ya han terminado de cenar y están recogiendo los platos se preguntan. ¿Qué hemos hecho? Acaban de darse cuenta de la paradoja de la recompensa. Al introducir la nueva motivación, la paga, han devaluado la motivación inicial hasta el punto de ser tan débil que esta ya no es capaz de motivar la conducta. Este efecto da para todo un manual, pero este pequeño ejemplo sí puede servir de referencia para entender cómo podemos terminar con una inclinación natural de los más pequeños cuando lo que queremos en realidad es consolidarla.
Por otro lado, he mencionado el refuerzo económico, pero con otro tipo de refuerzos más sutiles, como el social, también se produce este efecto. Además, si has entendido toda la secuencia que he desarrollado hasta aquí, podrás entender por qué en algunos planes de intervención se les puede llegar a plantear a los padres la posibilidad de sobremotivar un patrón conductual a eliminar, para después retirar esta motivación artificial y que la inicial se haya devaluado hasta el punto de que ya no sea capaz motivar la conducta.
¡Cuidado! Este es el momento de decir que esta intervención paradójica no la hagáis sin el asesoramiento de un profesional. Si se hace, hay que hacerla bien, ya que errores pequeños pueden conseguir el efecto contrario al que pretendemos.
Educar con juegos es posible
En los puntos anteriores hemos visto como una mala gestión de refuerzos, una torpeza directiva o un cansancio excesivo puede terminar con la motivación de un niño por jugar a un determinado juego. Ahora, ¿lo único que podemos hacer es tener cuidado con no echar por tierra las inclinaciones naturales, en forma de diversión, de los más pequeños a la hora de educar con juegos? Por supuesto que no.
Para educar con juegos vamos a necesitar, en primer lugar, conocer los gustos del pequeño. Si le encantan los barcos, podemos adaptar el juego que queremos presentarle a una temática marina. Si se aburre con facilidad, descartemos los juegos que necesitan explicaciones muy largas. Si disfruta del movimiento, busquemos la forma de que no sea estático. La palabra mágica es precisamente esa, adaptación. Tenemos que ir donde él está y conocer qué le divierte y por qué le divierte.
Por otro lado, en nuestro análisis para esa adaptación, no solo es importante la naturaleza del niño, sino también el estado en que se encuentra. Puede ser un niño muy activo, pero si en ese momento está tranquilo, hagamos propuestas que vayan en esa dirección. Así, será más fácil que las acepte.
Además, no pensemos que cuando un niño rechaza un juego nos está rechazando a nosotros. Puede dolernos que después de haber estado un buen rato “preparando un fuerte”, el niño no quiera jugar a indios y vaqueros o simular un campamento. Esto no quiere decir que no quiera jugar con nosotros.
Finalmente, no condenemos la diversión. Los niños tienen muchísimo tiempo por delante para aprender de la forma que lo hacemos los adultos. Dejemos que lo hagan como niños. Jugando. desordenando y ordenado. Inevitablemente, antes de conocer el orden, debemos conocer el caos o el picor de una herida que cicatriza en la rodilla. Educar con juegos no solo es posible, sino que es maravilloso, cuando no olvidamos que se trata de niños, nos hacemos nosotros también un poquito más pequeños y vamos a su encuentro.
Por: Psicólogo Sergio De Dios González