Este virus ha puesto nuestras vidas en estado de espera y nos ha convertido en personajes que miran el mundo desde la ventana, como los cuadros de Edward Hopper. Sabemos que pueden cambiar muchas cosas, pero aún así, resistimos y miramos al futuro con esperanza.
Nadie lo esperaba, pero llegó. El virus que cambió nuestras vidas nos ha tenido piedad ni consideración. No le ha importado que estuvieras en tu mejor momento, a punto de iniciar un nuevo proyecto. Le traen sin cuidado nuestros planes, esa cita ineludible, ese examen, ese viaje, esa entrevista de trabajo, esa boda o incluso esa operación quirúrgica. Todo se ha detenido y el mundo, sin protestar, le ha dado paso.
Nadie lo pudo prever ni nadie adivinó tampoco su llegada. Ni Nostradamus, ni los Mayas, ni DeanKoontz en su libro Los ojos de la oscuridad y ni aún menos los Simpson. No obstante, eso sí, los virólogos saben que las pandemias son caprichosas, surgen cada cierto tiempo y resulta muy difícil anticipar de qué manera lo harán, cuál será el desencadenante y cuál el efecto.
Al fin y al cabo, no hay organismo más impredecible, a la vez que inteligente, que los virus, hábiles para mutar cada cierto tiempo, eficaces para saltar de organismo en organismo e incluso de una especie a otra. Asimismo, sabemos que el COVID-19 no es una simple gripe y que su origen, más allá de lo que nos digan las teorías conspiranoicas, es natural.
Tal y como nos detallan en un estudio realizado por el doctor Kristian Andersen, biomédico del ScrippsResearch y publicado en la revista Nature Medicine, el coronavirus originó a través de procesos completamente naturales. Después de haber secuenciado su genoma sabemos también que es un enemigo bien preparado.
Su corona a base de espigas actúa como llave infalible para atrapar y penetrar en las paredes de nuestras células. Es un adversario al que debemos respetar, es cierto, pero tarde o temprano lo conseguiremos: lograremos contenerlo.
El virus que cambió nuestras vidas y detuvo el tiempo
La mayoría de las personas somos así, de las que rara vez se detienen. Haría falta una pesada bola de hierro y un grillete para detener nuestras prisas, nuestros compromisos y movimientos.
La vida va deprisa y casi sin darnos cuenta, nos convertimos en el conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas, aferrados a un reloj, preocupados y obsesionados con la idea de que por mucho que corramos, siempre hacemos tarde.
Hasta que de pronto ocurre algo y las prisas se desvanecen. Ya no existe el ayer o el mañana, solo un presente que nos atrapa, dejándonos suspendidos en una antesala donde el tiempo no parece discurrir.
El virus que cambió nuestras vidas nos ha convertido en personajes quietos ante una ventana. Somos como figuras en un cuadro de Edward Hopper, mirando el mundo a través de un cristal, aguardando algo, conteniendo la esperanza, aprendiendo a ser pacientes.
Un antes y un después ante el que nos estamos preparando
El virus que cambió nuestras vidas nos está enseñando varias cosas. Hemos tomado conciencia de nuestra vulnerabilidad. Hemos descubierto sin anestesia que nuestra sociedad había priorizado áreas que no eran tan decisivas, descuidando otras, que nos están costando vidas. Tal vez, el enfoque que habíamos dado por válido hace solo unos días no eran tan acertado.
Las pandemias son inflexiones en el tiempo, son muescas dolorosas en la historia de la humanidad que nos obligan a la introspección y al cambio. Todos nosotros, casi de forma silenciosa y resignada, sabemos que la realidad del mundo ya no será igual después de esto. Tal vez sea mejor, quien sabe. Hay quien avanza que el neoliberalismo entrará en crisis, que daremos paso a un mundo más cooperativo, más unido.
Otros, en cambio, intuyen que un virus no vencerá el auténtico virus que domina al ser humano: la individualidad, el interés, el oportunismo, la primacía de lo económico por encima de lo humano. Quien sabe.
Sea como sea, cada uno se prepara a su manera, asumiendo cambios, llorando pérdidas, teniendo que sanar heridas terribles, reinventándose para avanzar de otro modo en los próximos meses.
Un enemigo con el que aprender a vivir
El virus que cambió nuestras vidas no se irá para siempre. No será un mal sueño que desaparece al despertar, no será como el humo que desaparece por una ventana abierta y permite que entre de nuevo el oxígeno a una habitación. Los expertos nos señalan que ha venido para quedarse pero que aprenderemos a vivir con él. Su virulencia se reducirá de manera notable tomando medidas.
Ya ha ocurrido lo mismo con otros virus del pasado. La estrategia pasa por contener los contagios, por detectar todos los positivos posibles y así, cercar su avance. Más tarde llegarán las vacunas y dentro de varios meses, será posiblemente otro virus más. Pero hasta entonces continuamos luchando contra él. Y no, esta experiencia no es como nos han mostrado en el cine…
Aquí no hay un héroe, aquí todos somos héroes a nuestra manera. Bien porque nos quedamos en casa, cuidándonos. Bien porque somos sanitarios y afrontamos con inusitada resistencia una situación que desborda y aterra a la vez. El virus que cambió nuestras vidas nos está enseñando que solo cuando damos lo mejor de nosotros mismos y actuamos juntos, ganamos.
No es momento de individualismos, es momento de atisbar el mundo con esperanza y actuar en un mismo propósito.
Por: Psicóloga Valeria Sabater