No huyo de un reto porque tenga miedo. Al contrario, corro hacia el reto porque la única forma de escapar al miedo es arrollarlo con tus pies.
Todos conocemos más o menos en qué consiste la ansiedad ya que en mayor o menor medida todos la hemos sentido alguna vez. Subjetivamente, la podríamos definir como esa sensación desagradable con la que nos encontramos tensos, nerviosos, asustados, se nos seca la boca, temblamos, se nos entrecorta la voz o nos sudan las manos. Aunque parezca paradójico, la ansiedad existe para ayudarnos a afrontar determinadas situaciones que se conciben como “peligrosas o amenazantes”, aunque a veces parezca que más bien nos entorpece.
La ansiedad nos activa y nos prepara para luchar, para huir o para hacerle frente a determinadas circunstancias que se nos ponen en el camino. Sin ella, no habríamos podido sobrevivir y nos habríamos extinguido hace ya mucho. Cuando evaluamos una situación como peligrosa, estamos generando una serie de pensamientos y concepciones acerca de dicha situación. Como el cerebro ha interpretado que esa situación es una amenaza para nuestra supervivencia, manda la orden a nuestro sistema nervioso simpático de realizar su trabajo, comenzando una serie de manifestaciones fisiológicas que nos ayudan a luchar y/o huir. Estas sensaciones te sonarán si has tenido ansiedad alguna vez y son las siguientes:
Corazón acelerado o taquicardias: Ayuda a que la sangre se distribuya por todos los tejidos y órganos de forma más rápida ya que esos órganos son los que más necesitan del aporte sanguíneo para luchar y huir. Es por eso que te pones pálido.
Sudores: el sudor hace que nuestra piel sea más resbaladiza y a los depredadores les cueste más trabajo agarrarnos. Nos ayuda a escapar.
Hiperventilar: ya que el cuerpo necesita mayor aporte de oxígeno por mayores demandas de energía. El cerebro detecta un desnivel entre el oxígeno y el dióxido de carbono e intentará que reduzcas el impulso de respirar. El descenso de CO2 produce que la sangre se vuelva alcalina y por esto puedes notar sensación de desmayo, de frío, mareos, visión borrosa…
Pupilas dilatadas: nos permite ver mejor aquello que es peligroso o nos está atacando.
Tensión muscular: se produce para que al cuerpo le sea más fácil huir o escapar (echar a correr). La consecuencia puede ser el dolor de los músculos.
Hay ocasiones, en las que nuestra interpretación de la situación es errónea, y hemos valorado algo como peligroso cuando realmente no es así. El problema surge porque el cerebro no sabe distinguir cuando una situación es realmente un peligro o no, ya que se fía de cómo nosotros la evaluemos. Si yo pienso que los aviones son peligrosos, generaré todas esas reacciones fisiológicas que hemos enumerado anteriormente. Reacciones que son en realidad inútiles y esta vez para lo único que nos servirán es para mantener el problema,
¿Por qué?
Porque el avión realmente no es un estímulo peligroso. Es cierto que hay accidentes, pero como puede haber en otras circunstancias, o incluso menos (un accidente de avión es tremendamente improbable). Como hemos comentado, estas manifestaciones fisiológicas nos preparan para huir o luchar, por lo que en este caso de fobia al avión, lo único que conseguirán es que evitemos viajar por miedo a algo que realmente no tiene base ni fundamento. Al evitar el “supuesto peligro” y no enfrentarlo, nos sentiremos aliviados y a salvo, sensaciones agradables que harán que la próxima vez actúe de igual forma, es decir, evitando.
Ahora que ya sabemos cómo funciona la ansiedad y el miedo, podemos entender mejor cómo superarlo. Si pensamos con lógica está claro que la única manera de superar nuestros miedos es enfrentándonos a ellos… ¿Pero y qué pasa con mi ansiedad? ¿Cómo voy a soportarla?
Existe un mecanismo llamado habituación que básicamente consiste en que la persona se acostumbra a la situación ansiógena, se habitúa a ella ya que se llega a dar cuenta de que sus predicciones erróneas y sus evaluaciones de peligro están equivocadas y realmente no son así o no ocurren. Esto es fisiología, ni más ni menos. Te enfrentarás a la situación, lo pasarás muy mal, querrás huir y que acabe cuanto antes, pero cuanto más tiempo soportas y más frecuente te expones, más te habituarás y más desaparecerá tu miedo. Es por este mecanismo de habituación por lo que la exposición es el método más eficaz para hacer desaparecer nuestros temores para siempre. Y cuando hablo de temores no solo me refiero a miedos como los aviones o las cucarachas. Existen otros miedos que también son muy traicioneros, como el miedo al fracaso, el miedo al rechazo o no ser aceptado, el miedo al qué dirán…etc.
A medida que te expones, todas esas sensaciones fisiológicas de las que hablábamos y que son tan desagradables, acabarán por reducirse hasta niveles normales y aparecerán solo cuando realmente sean necesarias.
En las terapias psicológicas empleamos varios métodos de exposición, aunque el que más respaldo empírico ha recibido ha sido el método de exposición en vivo que consiste en realizar una jerarquía de estímulos ansiógenos que van de menos a más, a los que el paciente se va exponiendo poco a poco, a su ritmo, superando uno a uno hasta llegar al final de la jerarquía y curarse por completo.
Lógicamente hay situaciones en las que no podemos llevar a cabo esta exposición en vivo o es muy difícil, como en las fobias a las tormentas, a los aviones…En estos casos se ha utilizado la exposición en imaginación siendo también muy efectiva. El problema aquí reside en que no todo el mundo tiene buena imaginación con lo que la exposición puede hacerse complicada. También se han realizado exposiciones mediante realidad virtual.
Sea como sea, si sufres cualquier problema de ansiedad, debes ser consciente que la única manera de superarlo será afrontando aquello que temes. No es necesario que te expongas de golpe, ya que será tan desagradable que perderás la motivación. Hazlo gradualmente y felicítate o recompénsate por cada peldaño que logras subir. Cuando menos te lo esperes habrás subido todos los peldaños y estarás en la cima, controlando tu ansiedad, sin dejar que ella te controle a ti.
Todo este proceso además implica que nos sintamos bien con nosotros mismos al haber sido capaz de enfrentarnos al problema, lo que hace que nuestra autoestima crezca y que aumente nuestra autoconfianza.
Por: Alicia Escaño Hidalgo