Las razones por las que una madre puede permanecer en silencio ante el abuso físico, psicológico, verbal, económico y material de un hijo son muy variadas, pero todas parecen confluir en dos puntos clave: la culpabilidad y la vergüenza.
La violencia filioparental (VFP) es un fenómeno creciente en España. Según la Fundación Amigó, cada año se abren más de 4.000 expedientes nuevos en relación a padres víctimas de la violencia de un hijo. Solo en 2016, se registraron 4898 denuncias.
Dentro de este creciente tipo de conflicto, el hijo agresor suele, por norma general, ensañarse de manera especial con un miembro de la familia: su madre.
Esta suele jugar un papel fundamental en el mantenimiento de la violencia filioparental por la respuesta que da ante las agresiones de su hijo: el silencio. ¿Por qué estas madres permanecen calladas?
¿Qué es la violencia filioparental?
La violencia filioparental no está circunscrita al abuso físico. Autoras como Calvete, Orue y Sampedro (2014) entienden la violencia filioparental como un acto perpetrado por un menor hacia su progenitor, que provoca que este se sienta amenazado, intimidado y en peligro.
Este acto puede ir desde el abuso físico hasta el verbal, psicológico, material o económico. Estas conductas agresivas son instrumentalizadas por el menor para conseguir sus objetivos. Estos invierten la pirámide jerárquica para establecer un íntegro control sobre lo que se hace o no se hace —los límites y normas de los padres no les son relevantes—.
Autores como Garrido (2005) hablan del “síndrome del emperador”. Este incluye a menores egocéntricos, con baja tolerancia a la frustración y muy poca empatía en general, pero mucha menos hacia sus padres.
¿Por qué las madres son las víctimas principales de la violencia filioparental?
Aunque la violencia de un hijo es sufrida por todos los miembros de la unidad familiar, tanto hermanos, como padres, abuelos o cualquiera que viva en la unidad doméstica, lo cierto es que este fenómeno tiene un impacto especialmente relevante en la figura materna.
Hay diversas teorías que tratan de explicar por qué el adolescente agresor se ensaña especialmente con su madre, y no con su padre.
Autoras como Cottrell (2004) señalan que una de las razones puede residir en la manera que tienen tanto padres como madres de enfrentar la violencia en un hijo. Mientras que un padre responde de manera igualmente agresiva o se separa de manera abrupta, estas autoras señalan que las madres tienden a acercarse al agresor.
No solo eso, sino que las madres también son consideradas más débiles físicamente que los padres. Por ello, el menor que abusa percibe que es superior físicamente a su progenitora y que su respuesta ante su agresión —de ser una respuesta a su vez agresiva— no conseguirá infligirle el mismo daño que una respuesta de su padre.
La idea de que la madre es más débil sigue siendo alimentada por la sociedad en la que esos menores crecen. Calcedo (2018) expresa cómo esos mensajes de control y sumisión hacia la mujer son adoptados por los hijos agresivos, terminando por considerar a su madre el eslabón más débil.
El silencio de la madre y la culpabilidad
Ante esta situación, muchos podemos pensar que la reacción lógica sería echar al hijo de casa y denunciarlo. No obstante, esta no es la respuesta habitual de los padres y madres que son víctimas del abuso de sus hijos, especialmente de las madres.
Pero, ¿por qué callan las madres? ¿Por qué desvelan la situación de abuso mucho tiempo después de que este esté teniendo lugar? Parece que las investigaciones confluyen en una misma emoción: la culpa.
Las madres no hablan de las agresiones porque se sienten culpables y temen ser culpadas por el resto.
Autores como Williams, Tuffin y Niland (2016) encontraron que las madres víctimas de violencia filioparental silenciaban las agresiones, incluso a su círculo de amistades y familiares por varias razones que se expresan a continuación.
Evitar ser culpadas por la conducta agresiva de sus hijos
Estas madres no solo viven en una situación harto estresante, disruptiva y violenta; cuando estas hablan del abuso que sufren por parte de sus hijos, son normalmente señalas con el dedo. ¡Es tu culpa! ¡Tú le has educado! ¡Cría cuervos que te sacarán los ojos! La ignorancia se hace patente con este tipo de juicios que no hacen más que agravar una situación ya extremadamente complicada.
Evitar una reacción agresiva del menor
En numerosas ocasiones y ante la incógnita acerca de qué pasaría a nivel legal si uno denuncia a un hijo, estas madres callan los abusos por miedo a suscitar más abuso por parte de sus hijos.
Estas madres se encuentran sin herramientas eficaces que consigan gestionar la violencia y las reacciones agresivas de sus hijos. Si no lo han conseguido hacer hasta ahora, es inevitable pensar que quizás una denuncia no consiga menguar la agresividad de sus hijos, todo lo contrario.
La atribución de culpa y responsabilidad no es algo que se ciña únicamente al ciudadano medio, sino que también es expresada por profesionales cuyo trabajo es, en teoría, brindar ayuda a la madre. Además, cabe pensar que tras una denuncia el hijo puede seguir yendo a casa y la madre seguir encontrándose desprotegida.
La vergüenza de no ser una buena madre
Muchas madres permanecen en silencio no solo por temor a ser culpadas por el comportamiento de su hijo sino también por la vergüenza que sienten al considerarse ellas mismas malas madres o malas educadoras. Estas madres albergan intensos sentimientos de culpa, realizando relaciones de causalidad en un fenómeno multifactorial.
Autores como March (2017) aseguran que la violencia filioparental no emana de exclusivamente unas prácticas parentales deficientes y que estas no son necesarias para que el abuso tenga lugar. Este autor defiende que no existe un prototipo de familia claro ni un perfil del maltratador.
No obstante, las madres no suelen entender la etiología del conflicto como variada y la vergüenza de ser las causantes de este provocan, según Jackson (2003), junto con la angustia, que estas madres permanezcan en silencio.
El deterioro de una relación ya perjudicada
Otra de las razones por las que las madres guardan silencio y permanecen calladas la encontramos en su miedo a que la relación con su hijo se vea aún más deteriorada. Según March (2017), los padres sienten que están traicionando a sus hijos cuando los denuncian o cuando piden ayuda.
El silencio perpetúa la agresión
El silencio en las madres supone un problema para solucionar el conflicto de la violencia filioparental. Estas madres se encuentran sin habilidades, recursos ni herramientas.
No obstante, ante el abuso, su salud mental se ve cada vez más deteriorada y se encuentran más necesitadas de tranquilidad. Para obtener esta paz en casa, las madres callan y otorgan, sin contradecir a sus hijos.
Este silencio refuerza las conductas abusivas de este, pues el menor aprende que su madre callará ante su violencia. Este silencio se mantiene, según Molla y Aroca (2018), hasta que la madre no puede más, momento en el que el hijo radicaliza aún más su agresividad para volver a tener el control.
Por ello, el silencio de esas madres es un asunto de todos. Entender lo que es la violencia filioparental, entender que esta no es consecuencia de una mala praxis parental —al menos de manera directa— y evitar a toda costa culpabilizarlas por el comportamiento nefasto, agresivo e inaceptable de sus hijos pueden ser medidas que podemos adoptar todos para que, en vez de quedarse en silencio, estas madres griten y pidan ayuda.
Por: Psicóloga Loreto Martín Moya