La valentía no es una opción en la vida. La mayor parte de las veces es una obligación, la única salida cuando los miedos alzan muros demasiado altos y cercan nuestro bienestar, nuestra calma e incluso las perspectivas de futuro.
Señala un proverbio chino que quien teme sufrir, ya sufre el temor. Los miedos son esos espacios de nuestra arquitectura psicológica en los que confluyen gran parte de lo que somos.
El miedo nos salvaguarda de los peligros, media en muchos de nuestros comportamientos y es, a menudo, ese sustrato del que decidimos desprendernos un buen día para aprender a ser valientes.
No es ninguna obviedad si decimos que a nadie le gusta sentir esta emoción. Aún así, pocos procesos emocionales y psicobiológicos son tan determinantes. El miedo actúa como ese mecanismo de supervivencia que nos ha permitido avanzar como especie. Es como un sistema de alerta que se activa cada dos por tres, para protegernos de algo, sin discriminar apenas si ese “algo” es real o imaginario.
Hay miedos racionales y miedos irracionales. Hay temores originados por experiencias traumáticas del pasado y fobias de las cuales no siempre conocemos el origen.
Esta emoción a pesar de ser natural, necesaria y común a cualquier ser vivo, suele ser a menudo un mal compañero de viaje. Lo es porque tiene la singular facultad de hacernos ver las cosas peores de lo que son, de emborronar y llenar de tinieblas nuestra calidad de vida.
Si la vida fuera un viaje, podríamos decir que el miedo va a ser siempre nuestro copiloto. No podemos deshacernos de él; es imposible convencerlo de que se baje y perderlo de vista para siempre. La auténtica valentía está por tanto en saberlo manejar y evitar que coja el volante, que tome el control de nuestra realidad.
Nuestra única opción es ser valientes, hoy, mañana y siempre
Ojalá aplacar nuestros miedos fuera tan fácil como quien pide un deseo o exclama en voz alta una autoafirmación: “a partir de ahora elijo ser valiente”. Sin embargo, la fórmula del pensamiento mágico no sirve y más con este tipo de emoción tan paralizante y abrumadora.
El miedo tiene además, un gran impacto en la mente y el cuerpo, acelera el corazón, provoca sudoración en las manos y los pensamientos se atropellan.
Asimismo, hay un factor que no debemos dejar de lado. Cuando esta realidad emocional se instala en nuestras vidas, nuestra salud física y psicológica se resiente.
Es común que nuestros miedos se entremezclen con el estrés. Es esa bruma ligera que nos acompaña día tras día llenando de grises cada cosa que hacemos. Hay miedo a no llegar a nuestros objetivos, temor a defraudar a ciertas personas, angustia por lo que pueda o no pueda pasar mañana; está el murmullo de la incertidumbre inflamando la preocupación…
En caso de mantener ese estado mental durante semanas, meses o años se deriva a menudo en un trastorno de la ansiedad. Todo ello nos demuestra además algo evidente: no necesitamos estar en peligro para sentir miedo. No necesitamos estar en una situación amenazante para experimentarlo.
El temor más común emana de una mente que construye sus propios miedos en base a la complejidad del contexto que lo rodea.
Dicho de otro modo, la vida es tan complicada que es inevitable no sentir angustia.
Podemos ser valientes a pesar de nuestros miedos
Valentía no es ausencia de miedo. Ser valiente implica en realidad permitirnos avanzar a pesar de los miedos, caminar junto a ellos restándoles poder. Algo así requiere una firme implicación con nosotros mismos trabajando los siguientes aspectos:
- Desafiar los pensamientos irracionales o poco útiles. No podemos olvidar que los miedos se alimentan básicamente de esas ideas limitantes, irracionales y negativas en las que la mente, nos repite cosas como “no puedo con esto” o “todo va a salir mal”.
- Este tipo de ideas deben ser desactivadas mediante la confrontación. Para ello, nada mejor que hacernos preguntas. Si “no puedo con esto”, ¿no debería tal vez intentar otra cosa que sí resulte?… Cuando digo que “todo va a salir mal” ¿en qué me baso? ¿Tengo evidencias de que realmente vaya a pasar algo tan catastrófico?
Ser valiente no es una opción
Uno de los psicólogos más destacados sobre el crecimiento personal fue sin duda Abraham Maslow. Con su enfoque humanista dotó a la psicología de una perspectiva más optimista sobre el ser humano. Una donde recordarnos que el fin último de las personas es alcanzar la autorrealización y la sabiduría.
En una de sus investigaciones, Maslow establecía los miedos y esas pulsiones emocionales en el primer escalón de su pirámide de las necesidades humanas. Es algo que debemos afrontar y superar para avanzar. Ser valiente no es una opción, es una obligación si deseamos sentirnos libres, realizados, listos para ayudar e inspirar a otros.
La valentía es práctica y constancia
Uno no puede ser valiente todos los días. Hay épocas en que fallan las fuerzas, las ganas y las habilidades. Más, cuando de pronto surge algo para lo cual, no estábamos preparados. Sin embargo, debemos tener en cuenta que la valentía es como un músculo, como correr un maratón o levantar pesas; debe ejercitarse con práctica, constancia y un adecuado enfoque mental.
Porque valiente en realidad no es alguien que realiza grandes procesas. No necesitamos ser héroes para llevar la capa del coraje. En realidad, cada uno de nosotros demostramos una notable valentía cuando logramos, por ejemplo, aceptar nuestras emociones y elegir no dar poder al miedo o al pensamiento catastrófico.
Somos valientes cuando nos levantamos cada día por la mañana a pesar de que fallen las ganas. Y lo somos cuando elegimos no rendirnos para seguir alimentando la esperanza y la ilusión. Pensemos en ello.
Por: Psicóloga María Vélez