Psiconsultar Online

Olvidate de las apariencias

La imagen nos seduce. La televisión, el cine, la publicidad presente en todos los medios de comunicación y la permanente conexión virtual van creando estereotipos socialmente aceptados de ropa, tecnología  música a los que debemos, de alguna manera, adherir para no quedarnos “fuera del circuito”. Además, el diseño y la belleza arcan las reglas del juego más allá del contenido y la esencia.

¿Por qué deshacerte de ellas? Si la “ley de la imagen” manda en este siglo, ¿ por qué debeos olvidarnos de las apariencias? Es una cuestión de salud emocional, porque vivir atados a ellas puede ser la consecuencia de una baja autoestima. El modo de pensar, n este caso, sería: “Como no estoy conforme con lo que soy, debo parecer lo que el otro desea de mí para ser aceptado”. Sostener esta conducta no resuelve el tema, sino que lo agrava.

-Desvía el problema. Estar satisfecho con vos mismo va mucho más allá que ser aceptado por el otro. Ocupar tu tiempo en parecer, y no en realizarte, produce un círculo permanente de vacío y no te permite trabajar para encontrar tu verdadera satisfacción.

-No hace foco. Si para sentirte satisfecho, necesitas la aprobación del otro, quedas atado a sus caprichos o deseos, que pueden variar de acuerdo con sus propios cambios y perspectivas, en vez de los tuyos.

-Genera un estrés permanente. Fundamentalmente porque por diversas razones –muchas veces económicas-, no puedes estar a la altura de las pretensiones de los demás para pertenecer a un determinado nivel o grupo social.

-Fácil recambio. Si te eligen por lo que pareces y no por lo que sos, si te dejan pertenecer a un determinado grupo social por la misma razón, serás fácilmente reemplazado por otro que “parezca” lo mismo o algo mejor que vos.

-Nada decepciona más. El derrumbe del castillo de cristal que hemos hecho de nosotros mismos puede ocurrir el día menos pensado. Llegada esa hora, todo será peor, porque no hay nada que desilusione más que esperar algo y encontrar otra cosa totalmente distinta. No es raro escuchar una frase como esta: “Mi mujer me engañó, porque de novia era una persona y desde que nos casamos, no la reconozco”.

-Se hace camino al andar. Deshazte de todo lo que no eres, porque no naciste para parecer, sino para ser. Ser en el sentido más profundo de la palabra. Todos, nos guste o no, tenemos características  que nos hacen personales y únicos. ¡Es tiempo de que descubras las tuyas! Si bien es cierto que animarse a ser tal cual uno es o deja de ser un desafío, tienes que saber que para tu verdadera realización personal no queda otra alternativa. Anímate a seguir esa ruta.

-Busca en tu niñez. Recuerda en qué te sentías distinto de los demás, a qué te gustaba jugar y qué respondías cuando te preguntaban: ¿Qué quieres ser cuando seas grande? Esos datos te ayudarán a descubrir tu esencia y el camino que deberás seguir para alejarte de las apariencias. Pregúntale a tus padres, tíos, abuelos o amigos de la infancia; y busca también, en cuadernos o fotos de esa época.

-Aprende  a escucharte. Tenemos una voz interior que es la guía perfecta para hacernos saber lo que realmente deseamos. Es difícil escucharla cuando tenemos demasiada actividad o cuando no contamos con un tiempo para nosotros. Trata de hacerte un espacio  para redescubrirte. Cuando algo dentro tuyo te hace ruido, cambia el foco.

-Descubrí el sentido de tu vida. ¿Adónde quieres ir? ¿Cuál es tu misión en el mundo? ¿Qué puedes aportar a esta sociedad en la que te toca vivir? Si logras responder a alguna de estas preguntas, tendrás un sabor distinto en tu interior.

-Libérate de tus fantasmas. Nada es realmente terrible, excepto la muerte. Anímate a probar caminos desconocidos que te renueven interiormente. Apaga esas voces del “qué dirán, qué pensarán”, que oscurecen tu mente y te impiden pensar en aquello que puede hacerte feliz.

-No olvides: “no hay peor gestión que la que no se hace”, entonces, decídete a liberarte de la presión social y a comenzar un camino propio, personal, único. Si no haces nada, vas a seguir padeciendo la mirada del otro. Y no te detengas si al principio no te resulta fácil: lo bueno siempre cuesta.