El recreo como premio a haber estado una hora y media en una clase. Las vacaciones como el merecido descanso luego de haber trabajado todo el año. El helado como lo placentero que se sucede al plato principal. Estamos acostumbrados a actuar en función de un momento gratificante, y eso implica imaginar y crear corolarios que apacigüen de alguna manera los aspectos más rutinarios de lo cotidiano. Y esperar a que lleguen no solo forma parte del plan, sino que hacen más soportable el aquí y ahora.
Cuando se describe a la pandemia como una bomba que nos obligó reestructurar todas las facetas de la vida, se alude a que además de un sinfín de limitaciones tuvimos que aprender a convivir con algo a lo que no estamos acostumbrados, porque parece ser de hecho un rasgo contra el que la cultura lucha: la incertidumbre. Vivir en un tiempo suspendido, que puede implicar escenarios tan trágicos como caer gravemente enfermo, pasando por no saber si el mes entrante tendremos empleo, hasta desconocer si podremos tomarnos vacaciones. Un panorama en el que intentamos cuidarnos, pero desde el cual tampoco podemos imaginarnos mejor. ¿Cómo transitar este momento sin la metafórica “zanahoria” para seguir caminando? ¿Cómo pensarnos si no es en relación a proyectos?
Los expertos coinciden en señalar que, como muchas otras cosas, la forma en que proyectamos no puede mantenerse intacta y debe ser reformulada en plena pandemia. “Proyectar es una tarea vital en el ser humano. Pero los proyectos necesitan ser flexibles, acordes a la situación y no tanto una exteriorización de los conflictos internos”, sostiene Luciano Lutereau, psicoanalista y doctor en Filosofía.
Claro que si bien planificar forma parte de nuestra idiosincrasia, no todas las personas tienen la misma capacidad de proyección ni la necesidad de controlar qué va a pasar en los meses siguientes. En este sentido, la psicoanalista Stella Rivadero agrega: “Para aquellos que programan todo con mucha antelación es un momento de aprendizaje frente a un real no previsible. Tendrán que recalcular sin caer en la ansiedad o la depresión, ya que tanto una como la otra dificultan el camino de la reinvención de lo cotidiano”.
Precisamente esa reinvención de lo cotidiano fue una de las nuevas destrezas a adquirir para sobrellevar este momento. Así lo entendió a Laura Naszewski, psicóloga de 38 años, que en marzo se sentía feliz de poder mudarse al departamento de pozo en el que habían estado invirtiendo. Con su marido, una beba de dos meses y un nene de 6, se visualizaban con mucha ilusión en el nuevo hogar. Pero la cuarentena los sorprendió justo después de que habían entregado el departamento que alquilaban para mudarse al nuevo y quedaron suspendidos en medio de una transacción que, en este contexto, los dejó sin hogar de un día para el otro. “Nos fuimos a lo de mis papás, pero ellos son gente grande y estaban muy asustados con todo esto, con el tema de si nosotros salíamos o no. Estuvimos dos meses y resolvimos irnos”, detalla Laura. Luego de una segunda estadía de tres meses en un departamento temporal amueblado, consiguieron un espacio en el que se pueden quedar hasta que la obra termine: una oficina que no se usará durante todo el año. “Ahora se reactivó la construcción, tenemos muchas ganas de irnos a nuestra casa, pero tratamos de no estar pendientes, porque todavía no sabemos exactamente cuándo va a ser posible”, cuenta.
Habitar la pausa
El auge de disciplinas como el yoga, el mindfulness y la meditación, con su invitación a vivir plenamente el aquí y ahora, no es casual. Habitar la pausa puede resultar complejo. No obstante, como advierte
Gabriela Goldstein, psicoanalista miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), es importante advertir que esa espera puede adquirir diversas formas, y dotarla de sentido pareciera ser un camino: “La tolerancia a la frustración es más fácil cuando se piensa en una espera activa en el tiempo. Un tiempo vivo, no un tiempo muerto. Y esto requiere lo que llamamos trabajo psíquico”, explica. Y ejemplifica las herramientas con las que contamos: “Se puede aceptar cierto límite, no como el borde de un abismo, sino como el umbral del sí mismo. Y encontrar, encontrarse con uno y con los otros. Es muy importante tolerar lo ‘provisorio y provisional’ y aún así conservar la pulsión deseante, que puede estar anestesiada, pero está”, asegura.
Es lo que le ocurrió a Federico Berjman, licenciado en Administración de 37 años. Cuando se enteró de que la maratón de París para la que se estaba preparando hacía seis meses se suspendería, se dio cuenta de que el tiempo que había destinado a entrenar podía transformarse en un tiempo perdido. Para evitar esa sensación y capitalizar el esfuerzo, el día de la carrera, decidió dar vueltas alrededor de su casa, cuyo perímetro son 800 metros. En total corrió 15 kilómetros. “La suspensión, la espera, no tiene que hacernos perder de vista que el deseo puede crear sus condiciones para la realidad. Es decir, no hay una única manera de realizar lo que queremos y esto es lo que es preciso entender en este tiempo, en el que muchas de nuestras frustraciones se deben más al complemento que les añade nuestra ansiedad que a obstáculos objetivos”, afirma Lutereau.
Gisela S., socióloga de 35, es concebida por su entorno casi como una planificadora compulsiva. Es quien primero se acuerda de los regalos del día del maestro en el grupo de padres del colegio, quien en agosto ya tiene sacadas las vacaciones de verano, y quien en verano ya sabe a dónde quiere ir en el invierno. Por eso, el hecho de que todas las actividades hayan sido suspendidas desde marzo impactó de lleno en su manera de gestionar las rutinas. “Lo que me mataba al principio de la cuarentena era la incertidumbre”, recuerda. Sin embargo, a medida que fueron produciéndose aperturas, pudo poner en práctica el mismo mecanismo, aunque con planes menos ambiciosos y sujetos a la contingencia. “Tengo herramientas como para ir imaginándome el futuro cercano y poder planear de todas maneras. La motivación puede ser pedir comida en un lugar que me guste el fin de semana, ir a la plaza o arreglar con amigos para ir a pasear a la reserva ecológica. Ir buscando planes posibles como para que esta situación tan dura tenga algún tipo de recompensa”, relata.
En definitiva, el imperativo de vivir en tiempo presente no implica renunciar a los deseos. Probablemente tenga más que ver con la idea de creatividad a la que se refiere Lutereau: “Lo fundamental es superar la rigidez personal para ser feliz, no hacer depender la felicidad de un estado de adecuación, de que las cosas se cumplan del modo en que lo preveíamos. Si un proyecto o sueño solo puede cumplirse de una manera, es más bien una obstinación narcisista antes que un deseo realista. La realidad nos exige ser creativos y darnos la chance de llegar a un resultado por diferentes caminos, o quizá cambiar de punto de llegada, para encontrarnos en otro lugar y no solo confirmar quienes somos, sino aprender a ser diferentes”, concluye el psicoanalista.
Por: Ludmila Moscato