Psiconsultar Online

La emoción y la percepción ¿van de la mano?

La capacidad que tenemos para ver las emociones de los otros es realmente fantástica y lo curioso es que no siempre contamos con esa habilidad para darnos cuenta de lo que nos pasa a nosotros mismos.

Pero, si tenemos enfrente a alguien de confianza, que pueda realizar el trabajo de “informarnos” lo que ve o interpreta de nuestras actitudes, no hay duda de que tendremos mucho que ganar. Por el contrario la falta de habilidad para analizar las expresiones (sobre todo faciales) y las posturas hace muy difícil poder ofrecer un veredicto certero sobre cómo se siente el otro, es decir cómo es su ánimo, su humor o sus sentimientos.

Por ejemplo, si estamos asustados, lo demostramos con nuestro rostro, automáticamente. Además podemos tomar situaciones pasadas para poder ofrecer nuestro punto de vista. Esto quiere decir que si nuestra pareja suele enojarse por tal frase o acción y eso lo demuestra con el rostro o su postura, la próxima vez que se enfade por algo (lo mismo o no), ya deberíamos saber de qué se trata. Y no es sólo una cuestión de conocer durante muchos años a la persona, sino esa complicidad que suelen tener los amigos, los padres con sus hijos, los matrimonios, etc.

¿Para qué nos sirve conocer el humor o el sentimiento del otro? Pues, para todo. O para casi todo. Al saber lo que el otro siente aún sin que lo diga, ya estaremos preparados para actuar, decir las palabras certeras, escuchar sin interrumpir, permitir que se desahogue y llore o que salte de alegría contándonos una excelente noticia.

¿Es posible saber lo que siente el otro todo el tiempo?
Esto es bastante relativo, pues las personas no siempre reaccionamos 100% igual, pero si es verdad que ante ciertos estímulos solemos comportarnos de una manera particular. Si estamos tristes, por más de que lo ocultemos, los que realmente nos conocen sabrán que hay algo que no nos está permitiendo ser felices. Aún cuando las máscaras sean demasiado fuertes o tengamos una gran coraza, los sentimientos no siempre pueden ocultarse, y menos para los que nos conocen y nos quieren.

Entonces, la percepción es muy importante para conocer las emociones y los sentimientos del otro. Hay que ser lo suficientemente perspicaz como para darse cuenta en qué momento quien tenemos enfrente quiere hablar y cuándo es preferible callar, cuándo la ayuda puede servir, cuándo el consejo será aceptado y tenido en cuenta, etc.

Como se decía antes, las emociones no pueden esconderse, y mucho menos para alguien que tiene muy desarrollado el sentido de la percepción.

¿Ese es un don de ciertos “elegidos”?
Podría decirse que si pero también que no, ya que en ciertos casos, una persona aprende a investigar más a fondo lo que le ocurre a los individuos que lo rodean, sobre todo a los que más quiere.
Los demás siempre (o casi siempre) tendrán patrones similares ante cada estímulo (acción-reacción también se llama), por lo cual si estamos lo suficientemente atentos a las expresiones o posturas, nos daremos cuenta de lo que les ocurre.

Incluso, en aquellos que tengan la capacidad para ocultar eso que sienten. Como dice la canción de Queen “Show Must Go on”: Inside my heart is breaking, my make-up may be flaking, but my smile, still stays on. (Por dentro mi corazón está roto, el maquillaje se descama pero mi sonrisa siempre está encendida), existen personas que siempre evitan mostrar lo que les sucede.

¿Cómo podemos actuar en esos casos?
Básicamente, comprendiendo, analizando, captando las señales. A veces serán ínfimas que casi ni las podamos oír o mirar. Pero es preciso aprender a percibir las emociones del otro, para poder ayudarlo en lo que necesita.

Y eso, aunque parezca extraño, también nos puede servir para saber qué es lo que nos pasa a nosotros mismos. Por ejemplo, al ver a la esposa con una expresión particular o al amigo con una postura que nos indica preocupación, y ya saber de qué se trata, es tiempo de mirarse en el espejo y captar lo que el cuerpo nos está diciendo. Muchas veces, no nos detenemos a pensar en lo que nos sucede hasta que otro nos afirma que “hay algo extraño en tu mirada”, o “no te ves muy bien” (no referido a la estética). Entonces, el mismo ejercicio que hacemos para con los seres queridos, podemos aplicarlo a nosotros, siempre de manera objetiva y pensando en el bien que eso podrá significar para nuestra vida..